Usted habla sobre Dios aquí, ante un público que le va a aplaudir, pero… ¿qué tal ahí fuera, con sus colegas del cine y la TV?

Esta pregunta no me ha llegado por correo, sino en directo, a la cara, delante de 300 personas, en un coloquio celebrado en Valencia hace unos días: «Usted habla sobre Dios aquí, ante un público que le va a aplaudir, pero… ¿qué tal ahí fuera, con sus colegas del cine y la TV?» Me encantan las personas que no se andan con rodeos. Esa chica puso el dedo sobre un punto crucial para todo cristiano, trabaje en el mundo audiovisual, en una pescadería o en cualquier otro ámbito. Para abrir más el destinatario potencial de la pregunta, sin limitarlo a los que nos dedicamos al mundo audiovisual, yo la replanteo ahora de otro modo: «¡qué a gusto se está dentro de las catacumbas! ¿Para qué salir afuera?»

Hace 20 siglos, las catacumbas eran frías, húmedas e incómodas. Refugios de oración, donde los primeros cristianos tomaron la fuerza necesaria para salir a la calle a predicar el Evangelio, pasara lo que pasase. Podían no haber salido, podían haberse quedado escondidos dentro de la catacumba… o escondidos fuera de ella, ocultando su condición de cristianos entre sus conciudadanos. Les hubiera ido mejor. Podían haberse limitado a rezar en silencio. Podían haberse limitado a ser amables con los demás, con la boca cerrada al anuncio de esa novedad revolucionaria: «Dios te ama a ti, seas quien seas, y te invita a amar. Se ha hecho hombre y, a pesar de haber muerto torturado, está vivo sin rencor, abrazando a cada persona.» Los primeros cristianos salieron, amaron, hablaron y murieron. Gracias a que la acción de Dios encontró en ellos unos colaboradores incondicionales, hoy nosotros hemos recibido la misma invitación a amar, a dejarnos amar y a contagiar ese amor a otros.

Nuestras circunstancias no son muy diferentes, en esencia. Hoy -salvo en algunos países- ya no nos matan por compartir nuestro amor a Dios, sino que, como mucho, nos ridiculizan en público. En privado la cosa cambia. A solas, el enemigo de la fe se vuelve atento, desea escuchar y conocer por qué amamos a Dios, por qué perdonamos a todos, por qué nos arrodillamos ante un trozo de pan, por qué pedimos perdón… A solas, toda persona desea la paz, el bien, el amor que sólo puede dar Dios. Hoy, los cristianos seguimos teniendo catacumbas en las que podemos refugiarnos. Lo que cambia es que hoy las catacumbas son acogedoras y espaciosas. Tanto, que en su interior podemos organizar congresos, conciertos, producir películas, editar libros, periódicos, webs o blogs, instituir colegios y universidades, emisoras de radio o televisión… En nuestras catacumbas de hoy podríamos poner un cartel en la puerta, que dijera: «apto para católicos». Y dejar fuera a todos los demás. Nos quedaríamos en familia, a gusto, protegidos, unidos, rezando… y hablando un lenguaje que sólo entendemos nosotros y donde, además, ¡podemos hacer negocio! Porque en esta catacumba moderna caben nada más y nada menos que mil cien millones de católicos. Una cifra nada despreciable. Entonces… ¿tiene sentido pensar en los de fuera de la catacumba, habiendo tanta gente dentro? Podríamos ofrecer producto marca «católico», hecho por y para los católicos, con garantías de seguridad, con denominación de origen… y nos quedamos tranquilos protegiendo nuestra identidad de influencias ajenas, potencialmente perniciosas. Bajo el slogan «apoye esta iniciativa católica, usted que es católico» podríamos reforzar ese mercado, distanciándonos de quienes no firman sus productos con ese sello de identidad. Nos metemos en la catacumba… y nos hacemos fuertes dentro.

Además, limitarse a hablar con los de la catacumba evitaría enfrentamientos con los posibles enemigos, que se quedarían contentos, teniéndonos a todos encerrados y alejados del mundo general, viviendo dentro de nuestro mundo particular. ¿Y si alguien de fuera se interesara por Dios, por la fe, por los Sacramentos…? Pues ya sabe dónde encontrarnos: en la catacumba. Allí le atenderemos. ¿Y si alguien desea permanecer indiferente a la religión, ni a favor ni en contra, simplemente pasando del tema? Con el sistema de las catacumbas, ningún cristiano incomodará esa indiferencia voluntaria, nadie invadirá su territorio neutral presentándole un modo distinto de vivir.

Me cuesta imaginar otro camino más eficaz y sutil para dinamitar el Evangelio, para cambiar de raíz la historia del cristianismo, para manipular el significado original de la palabra «católico» («universal»), sustituyéndolo por otro falso («particular»). Es difícil dar con otro método mejor para anular el esfuerzo de Dios por conquistar a cada corazón humano, sin excepción. Si fuera un plan diabólico… estaría muy bien pensado.

Una catacumba en la que sólo puedan entrar y sentirse a gusto los católicos, por muchos que sean, es la antítesis de la Iglesia verdadera, fundada por Jesucristo. Un colegio, una universidad, un hospital, un congreso, una editorial, una televisión, una radio, una productora de cine, un coloquio, una web, una familia, ¡una sola persona!… que no esté abierta al abrazo a cualquier persona, que no escuche y sirva a cualquier persona, no es alguien o algo que merezca el nombre de católico, porque esa palabra significa «para todo hijo de vecino». Un evangelio apto para muchas personas, pero no para todas, es un evangelio dinamitado en su esencia, aunque disfrazado con el mejor de los vestidos, el del «respeto», palabra que tiene un uso eufemístico cuando quiere ocultar la indiferencia hacia el otro o el deseo de separarse del otro. Si los católicos sólo hablamos del amor de Dios en nuestra casa, en la parroquia, entre los muros de una institución bendecida por la Santa Sede, en nuestra televisión católica, universidad católica, círculo de amigos católicos… rodeados de católicos y evitando el trato con personas ajenas al club selecto… no podemos decir que cumplimos la voluntad de Dios: «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio». Cristo se aloja en casa de nosotros, pecadores, nos lava los pies, nos protege, nos mima, nos ama y da la vida por nosotros, sin enfrentarse a nosotros, sin vernos como enemigos cuando no tenemos fe, sin pretender vencernos con argumentos en lugar de con amor. El Hijo de Dios ha salido del Cielo para ganarnos, sin medir riesgos. ¿Vamos a quedarnos nosotros dentro de la catacumba, ante la posibilidad de fracaso?

Limitar la acción cristiana a la frontera de la catacumba, no es cristiano. Pero hay otro extremo igualmente engañoso. Consiste en salir de la catacumba… camuflados. Consiste en identificarnos como cristianos dentro de la catacumba, pero al salir fuera… disimular, disfrazarnos, mezclarnos entre la masa con discreción, como un topo se infiltra en las filas enemigas, evitando ser detectado. Ese cristianismo bien podría estar patrocinado por una marca de pañales, pero no por Jesucristo: «Si alguien se avergüenza de mí, el Hijo del Hombre se avergonzará de él.»

Dos extremos anticristianos. Uno, por marcar distancias con las personas que no conocen ni aman a Dios. Otro, por ocultar la propia identidad a pesar de la cercanía, con la excusa estratégica de penetrar más eficazmente en las supuestas filas enemigas. Ambos extremos caen en el mismo error: clasificar a las personas, establecer distinciones y muros entre creyentes y ateos, entre amigos y enemigos, entre buenos y malos, entre público fácil y difícil.

El cristiano es… un cualquiera. Nadie se gana la condición de «amado por Dios» por sus propios méritos. Si todos los cristianos lo somos por iniciativa divina, que nos ha ofrecido gratuitamente todo su amor… ¿cómo podemos cerrarnos a cualquier persona, establecer barreras geográficas, culturales, empresariales o de lenguaje con otros seres humanos idénticos a nosotros? Cristo no establece categorías, no hace selección ni clasificación de personal, a todos sirve en igual medida… sin medida. Con todos usa el mismo lenguaje, el mismo estilo, las mismas acciones de amor. Por todos y cada uno da su vida, hoy. Y nosotros, que queremos llamarnos con propiedad «cristianos», hemos de actuar igual: al servicio de todos, abrazando a todos.

Es maravilloso experimentar el amor verdadero e incondicional que uno encuentra dentro de la Iglesia. Es un amor aprendido directamente del amor de Cristo por todos, por cualquiera. Es el amor que Cristo muestra a la prostituta, al ladrón, al soldado que le escupe, al transeúnte de un pueblo extranjero, al hombre de poca fe, a su amigo que le ha negado, al amigo que le ha vendido, al niño, al enfermo… Es el amor de quien sale a buscar la oveja perdida, sin conformarse con la compañía de otras noventa y nueve que ya están dentro del redil… dentro de la catacumba. Es tan gozosa esa experiencia, que a uno le gustaría quedarse siempre ahí, en la catacumba, rodeado de cristianos coherentes, que le aman. Pero también es maravilloso y necesario encontrar a personas que no saben nada sobre Dios, pero que tienen el corazón grande, noble y generoso, aunque tal vez herido. Quien piense que el mundo del cine, de la TV o cualquier otro mundo (la política, la medicina, el deporte, la empresa, la moda, la pesca, la ciencia… ) es un mundo hostil a Dios, se equivoca. En todos esos mundos está Cristo, vivo, buscando activamente corazones que sanar y conquistar, personas a las que servir. Y los encuentra. De ahí surgieron los apóstoles de hace 20 siglos, y los apóstoles del siglo XXI. ¿De dónde, si no, van a surgir?

Los cristianos no podemos limitarnos a amar a los cristianos, aunque eso ya sea un comienzo, nada pequeño. Hemos de amar a todos. De cada uno de nosotros se ha de poder decir… «amigo de pecadores». En mi caso, no establezco ninguna distinción entre las personas que encuentro en los coloquios organizados por una parroquia y mis compañeros del cine y de la televisión. Con ellos no sólo trabajo y disfruto, sino que aprendo. Y no sólo cuestiones profesionales, sino personales. Amo el infinito respeto que he encontrado en ellos durante 24 años de profesión, aunque nuestras creencias y vivencias hayan sido a veces dispares. Amo las conversaciones llenas de franqueza que he tenido con mis colegas, amo sus preguntas difíciles, amo que me hagan dudar y crecer, amo que en este entorno se pueda hablar sin recato de lo que uno piensa, cree y vive. Me siento muy a gusto rodeado de amigos que no piensan, creen ni viven como yo, pero que me quieren sin diplomacias y me manifiestan su cariño, entre otro modos, llevándome la contraria sin que eso debilite nuestra relación. El amor no se disimula, no es una postura de respeto frío y educado. El amor es entrega mutua, es sinceridad. Amo a mis amigos sin fe. Los defenderé de quien se quiera enfrentar a ellos y me alejaré de quien quiera alejarme de ellos. Aprendo de ellos, estoy rodeado de amigos buenos que jamás recibieron la herencia espiritual que yo he recibido desde niño y que ahora me toca compartir con ellos.

El piropo mayor que he recibido desde que empecé a trabajar en INFINITO + 1 me lo dirigió una revista de cine: «ultracatólico», es decir, ultra-abierto a todas las personas, sin excepción. Como Jesucristo, que no entregó su vida por muchos, sino por todos y cada uno de nosotros. Como los primeros cristianos, que salieron de la catacumba para hablar a todos del Dios que se ha hecho hombre, del Hombre muerto, resucitado y vivo entre los hombres para siempre. Gracias, amiga, por esa pregunta atrevida, tan certera, que me ha recordado la obligación que tengo de salir de la catacumba, aunque esté tan a gusto dentro de ella.

4 comentarios en “Usted habla sobre Dios aquí, ante un público que le va a aplaudir, pero… ¿qué tal ahí fuera, con sus colegas del cine y la TV?”

  1. Pablo Labrado García

    Buenas Noches, he visto Ultimas Preguntas y ya son dos veces que te veo por TV, me gustaría conocerte, a tí Cotelo, soy un salesiano sacerdote y me ha impresionado tu forma de trabajar con los jóvenes, yo trabajo todos los días con ellos en un Colegio muy grande en la sección de Formación Profesional, soy el Coordinador de Pastoral me gustaría contarte muchas cosas que me ocurren en clase con los chicos y chicas. Ojalá vinieras a nuestro Cole… Un abrazo.
    Pablo

  2. Sigo tus trabajos desde que te descubrí en La Ultima Cima. Me gusta muchisimo lo que dices y cómo lo dices. Muchas veces me das un buen tirón de orejas – como ahora con tu comentario sobre las «catacumbas» – que acojo con total humildad y proposito de mejora. Soy catequista de confirmandos (12-15 años) y en tu trabajo he encontrado una fuente muy actual de hablar de Dios con los chavales. Estamos todos deseando que aparezcan los siguientes capitulos de la serie «Te puede pasar a ti».

  3. muchas gracias! todo su aporte es muy valioso, ES UN MUY LINDO INSTRUMENTO AL SERVICIO DEL SEÑOR, soy catequista en la ciudad de chimbas, provincia de san juan, argentina. Un placer haber encontrado su blog., regalo de Dios. Que el Señor y la Virgen lo bendigan

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