¿Se puede estar siempre alegre? (2ª parte: el plan B)

En el anterior post vimos que el “plan A” para conquistar la felicidad funciona… pero se le gastan las pilas pronto. ¡Hay un plan B! ¡Y promete la felicidad eterna! A priori suena demencial pero… escuchemos la propuesta:

Hemos sido diseñados para disfrutar de la felicidad, la verdad, la bondad y la belleza y, por eso, todo nuestro ser se rebela ante lo triste, lo falso, lo malo y lo feo. Si el Plan A propone la huída de los problemas, el Plan B propone justo lo contrario: cuando surja un obstáculo a la felicidad, enfréntate a ello de cara, con los ojos abiertos, aunque te tiemblen las piernas. Vas a vencer, porque eres más fuerte que cualquier amenaza, incluida la amenaza de muerte. Sí… somos más fuertes… ¡porque somos hijos de Dios! ¡De Dios! ¡De Dios! Lo repito entre exclamaciones, porque es la gran verdad de nuestra vida: ¡¡¡somos hijos de Dios!!! Y nuestro padre no solamente es Dios, sino que es el único Dios posible y creíble: un Dios bueno.

Todos nuestros problemas para ser felices proceden de una única causa: nuestra falta de confianza en Él. Hemos querido ser felices sin seguir la ruta del G.P.S. perfecto que Dios ha puesto, de fábrica, en cada uno de nosotros… y así nos va. Hemos triturado los 10 Mandamientos… y los hemos sustituido por un sinfín de rutas equivocadas. Hemos puesto condiciones y límites al amor… y vemos el resultado. No funciona, caduca, se rompe. En cambio, el amor que Dios nos ofrece y nos propone para que ofrezcamos a otros es eterno, incondicional, ilimitado. Precisamente por ser incondicional, nunca es demasiado tarde ni demasiado pronto para recibirlo ni para darlo. Incluso si uno acumula toneladas de odio, miedo, tristeza y todo tipo de pecados horribles… puede disfrutar de la paz que solamente da el amor, hoy. Porque nuestro Padre Dios jamás nos mira como juez severo, sino con amor. Y su amor no nos cuesta un céntimo, a diferencia del Plan A. Esta felicidad se compra con tres palabras que han de nacer de un corazón libre. Ahí va la primera: “perdón”.

Advertencia para inexpertos: no te extrañes si en el momento de disponerte a decir “perdón” experimentas una presión interna agobiante, que te impide hablar. Nos pasa a todos. A la vez, sentirás unos deseos inmensos de decir esa palabra. Tranquilo. Ha empezado el primer asalto del combate por tu propia felicidad, un pulso interno tenso, capaz de quitarte el sueño. Todo se libra en la conquista de un instante de amor. Dices “perdón” una sola vez y te quitas de encima ese peso que hoy te impide ser feliz. ¡Dilo, ánimo! Dilo… hoy, ahora, ya. Y si tus labios no logran abrirse… basta un gesto, una sola lágrima de arrepentimiento, para que obtengas el perdón que anhelas. Ponte ante la persona a la que has ofendido… y habla o llora. La receta funciona en el cien por cien de los casos. Tanto si la otra persona te perdona… como hace siempre Dios… como si no te perdonara. Tú vas a empezar a ser libre, nada más decir “perdón.” Garantizado.

En caso de que seas tú quien ha de perdonar… experimentarás la misma presión para decir “te perdono”. Pero no lo dudes ni por una fracción de segundo. Si quieres ser feliz, antes de que escuches la petición de perdón, perdona. Antes, incluso, de que te hayan ofendido, perdona. ¡Sí, antes! Rechaza con fuerza los argumentos que te impiden perdonar. ¡Porque te impiden ser feliz! Si perdonas, eres libre. Y si no, eres esclavo. Elige el perdón. Antes, durante y después, elige el perdón. Gratis.

La segunda palabra eficaz, después de “perdón”, es “gracias”. Empecemos a dar gracias por todo… y a todos. Y seremos más felices. No seamos tan obtusos de pensar que hemos ganado a solas lo que somos o poseemos. No es verdad. ¿Compramos acaso nuestra propia vida, nuestra inteligencia, nuestra capacidad de reír, llorar, imaginar, respirar, oír…? Todo nos ha sido regalado, todo sin excepción. Incluido el dinero que manejamos. Sí, es cierto que lo ganamos con esfuerzo. Pero… ¿no fue un regalo nuestra capacidad de trabajar? No somos fruto de la casualidad, no nos convencen quien diga que procedemos de la nada, o de un accidente fortuito sin causa ni destino. Todo nuestro ser se rebela frente a semejante absurdo intelectual. ¿Y no hemos dado gracias todavía, por la vida? ¿Por qué esa soberbia? Si damos gracias al autor de tu vida… el autor de la vida sonreirá por nosotros. Démosle esa alegría, reaccionemos ante su mirada permanente de amor sobre nosotros, sus hijos. No le reprochemos nada de lo malo que nos ha pasado… porque nada malo procede de Él. Nada. Llamemos “malo” a lo que merece ese calificativo. Pero no seamos tan injustos de llamar “malo” al bueno de la película. Puede que, incluso, llamemos “malo” a realidades buenísimas para nosotros. Y que llamemos “bueno” a realidades malísimas. La cercanía con Dios y el conocimiento de su corazón nos permiten, poco a poco, descubrir la gran injusticia de llamar “malo” al más bueno de todos, al que solamente procura y nos regala oportunidades de amar y, por tanto, de crecer.

Si nos cuesta darle gracias por las cosas que percibimos como malas, empecemos por agradecer las que percibimos como buenas. No se admite una respuesta en blanco. Hay cosas buenas en nosotros y a nuestro alrededor. Podemos verlas si abrimos los ojos a la belleza y bondad de nuestra vida. Demos gracias por lo grande y por lo pequeño. A Dios y a quienes Dios pone a nuestro lado. A nuestros padres, hermanos, hijos, profesores, compañeros permanentes o esporádicos de la vida. Seremos felices y haremos felices a otros. La palabra “gracias” funciona.

Por último, la tercera palabra mágica para conquistar la felicidad es: “ayúdame”. ¡Y también cuesta decirla! Porque preferimos ganar las cosas sin deber nada a nadie. Digamos “ayúdame” a Dios.. y esperemos. Démonos prisa en decirlo… pero seamos paciente para obtener respuesta. El regalo de la ayuda de Dios está en camino. Ha de sortear obstáculos, empezando por nuestra falta de confianza. Pero nos va a llegar. En el camino, también ha de vencer a quienes se empeñan en que Dios no entre en nuestra vida. Sí… suena a ciencia ficción… pero es cierto. Hay quienes procuran que la ayuda de Dios no nos llegue. Pero… se van a agotar en ese esfuerzo. Vamos a vencer. Mejor dicho, Dios va a vencer en nosotros. Nos va a conquistar, nos va a ganar para sí. Vamos a volver a sus brazos, con muy poco esfuerzo por nuestra parte. Basta pedirlo.

No estamos solos en esta lucha por recuperar la felicidad perdida. Tenemos la ayuda invisible pero que podemos sentir en el corazón de modo inefable, de nuestra Madre del Cielo, llamada María, con quien podemos hablar en este instante aunque nunca lo hayamos hecho antes. También, la de una legión de ángeles buenos, cuya misión eres tú, soy yo. Junto a ellos, un sinfín de santos, de personas como cualquiera, ni mejores ni peores, pero que ya pusieron a prueba la receta y gozan de la felicidad eterna, como nosotros la vamos a gozar muy pronto. Además, tenemos a personas cercanas que, por voluntad de Dios, representan y ofertan gratuitamente el amor de Dios, en la tierra. Se llaman sacerdotes y los hay de todo tipo: jóvenes y viejos, listos y torpes, simpáticos y bruscos, flacos y gordos, calvos y melenudos. Todos, portadores de Dios sin mérito alguno, por regalo gratuito de Dios a nosotros, sus hijos. Cuando vemos en un sacerdote a Jesucristo, acertamos.

Podemos aprovechar toda esa ayuda… o prescindir de ella. Somos libres. Ni siquiera Dios nos obliga a amarle. Nos lo suplica. Sólo quiere servirnos, si le dejamos. Tu felicidad… desde hoy, queda en tus manos. El consejo está claro: no sigas a solas, con tus fuerzas, porque te vas a agotar. Deja que el mismo Dios, encarnado en Cristo, vivo hoy junto a ti, te lleve de la mano a tu propia felicidad. No has de buscarle de modo etéreo ni abstracto ni poético ni filosófico. A una persona viva, se le busca entre los vivos y se le habla. Búscale en el lugar donde Él mismo ha dicho estar presente, no te imagines otro emplazamiento. Si Él mismo ha dicho que está en la Eucaristía, en la Misa… búscale ahí. Y búscale, también, en los demás, en quienes sufren a tu lado. Porque también lo ha dicho: “cada vez que dais de comer a un hambriento, a mí me dais de comer.” Junto a ti hay tantas personas hambrientas de amor… que si se lo das, estás amando al mismo Dios, estás cumpliendo el mayor de sus Mandamientos. Si vemos a Cristo en el otro… en quien sea… le encontramos.

¿Y cómo reaccionamos ahora a las noticias sobre las guerras, los abortos, los suicidios, la pobreza, la corrupción… ? Lo mejor es que dejemos de perder el tiempo en análisis y quejas… y que pasemos a la acción. Dejemos de ser espectadores del sufrimiento ajeno y propio, para ser protagonistas y tomar las riendas de la realidad. Dejemos de hablar sobre el amor y empecemos a amar. Saltemos del examen de conciencia al propósito de la enmienda. Pasemos de juzgar a los demás, al mundo y a uno mismo… y empecemos a conquistar la felicidad hoy, ahora, junto a mí.

Resumen de ¡dos posts!: ¿se puede estar siempre alegre? Pongamos a prueba el plan.. y salgamos de dudas en la práctica. Mi felicidad, tu felicidad, su felicidad… a la distancia de tres palabras sencillas, rematadas por una conclusión: “te quiero”.

2 comentarios en “¿Se puede estar siempre alegre? (2ª parte: el plan B)”

  1. ¡QUE PASADA!
    Esto si que es una ayuda jajaja
    La verdad es que está genialmente explicado, no habría sabido decirlo de una manera mejor. Además es que es verdad todo! Cuando te das cuenta de todo lo que Dios te quiere y que te perdona y que puedes perdonar, te sientes con una alegría que sabes que viene de Dios.
    Muchas gracias por estas dos últimas entradas, en momentos de duelo ayudan.
    🙂

  2. El plan B - P.G.A (Perdon, Gracias y Ayuda)

    El plan B – P.G.A (Perdon, Gracias y Ayuda) me recuerdad que la vida es un camino cuyo objetivo único es aprender amar, donde la circustancias juegan un segundo plano. Se nos dan muchas oportunidades para mejorar continuamente en el amor. Ejemplo Amor para los padres, hermanos, abuelos, tios, primos, esposos, hijos, naturaleza, pais, trabajo y Dios. Lo irónico es que si practicamos el ultimo amor, todos los otros amores mejoran. Al final seremos juzgados en el amor y por el Amor.

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