CONVERSO, la película.

Debí haber escrito esto inmediatamente, en caliente, nada más terminar de ver la película CONVERSO. De haberme lanzado a toda prisa a escribir, o haberme puesto frente a una cámara de video para compartir mis primeras impresiones, me habría salido algo exultante, apasionado y probablemente contagioso. Ahora escribo en frío… pero deseo hacerlo con la misma pasión que sentí al terminar de ver CONVERSO.

El problema de hablar sobre algo que me entusiasma… es que me cuesta medir las palabras y me brota un exabrupto, en clave imperativa: «¡¡tienes que verla!! Créeme… ¡¡tienes que verla!! De verdad… tienes que verla… confía en mi recomendación… no sólo no te va a defraudar, sino que te va a llenar y querrás verla de nuevo y recomendarla a otros.» Ahí queda mi exabrupto… y ahora intento afinar un poco más, sin ser crítico de cine y deseando no serlo jamás. No voy a hablar sobre CONVERSO, sino sobre lo que CONVERSO provocó en mí.

CONVERSO me puso los pelos de punta y las lágrimas en los ojos, al encontrarme por sorpresa ante un espectáculo auténtico de fe. Subrayo la palabra «auténtico»… es decir, puro, verdadero, real. Cuando una persona habla sobre lo que ama, sobre un amor nuevo que ha arrollado toda su vida… y te lo cuenta sin guión, sin medir sus palabras ni sus emociones… aflora la verdad de lo que ha experimentado y a ti sólo te quedan dos opciones: negar la verdad abrumadora que tienes ante tus ojos (o sea, negar que esa persona está realmente enamorada y es feliz), o arrodillarte ante ese paisaje de belleza profunda y, simplemente, contemplar, escuchar, gozar… y en el fondo de tu alma desear que también te atropelle algún día ese mismo enamoramiento.

CONVERSO me puso las pilas, como cristiano. Porque cuando abundan los cristianos acomplejados… con perdón… ¡cagados! por compartir aquello en lo que creen y lo que supuestamente aman… va y se presenta un agnóstico y nos dice: voy a ser yo quien pregunte sobre esto, voy a ser yo quien se interese por la fe, voy a ser yo quien indague en la experiencia de transformación que supone descubrir a Jesucristo… y lo voy a contar a todo el mundo a plena luz del día, no en secreto ni en pequeños grupos. Y me pregunto… y se pregunta una de las personas en la película… ¿cómo es posible que los propios cristianos no manifestemos ese gran amor de nuestra vida, sino que lo escondamos, lo disimulemos o… simplemente, lo vivamos con una rutina que no atrae a nadie, sino que echa para atrás? El director ha sido testigo, en primera línea, de cómo la fe ha transformado la vida de su familia y, con gran honestidad, envaina la espada y simplemente escucha. Y como la belleza no se argumenta sino que se exhibe… salta a nuestros ojos de modo abrumador.

CONVERSO despertó en mí un profundo agradecimiento al Cielo. Gracias, Dios Creador y Redentor nuestro, porque no estás de vacaciones, ni has dado la espalda a quienes sí te la hemos dado. Gracias porque sigues conquistando corazones, porque sigues buscando apóstoles y porque… también hoy, si dejáramos de alabarte tus propios hijos, ¡harías que hasta las piedras proclamasen tu gloria!

Gracias, querida familia Arratibel, por abrirnos las puertas de vuestra intimidad, con vuestros gozos y vuestras heridas. Le pido ahora a Dios que os bendiga y que bendiga a todos los espectadores de CONVERSO. Yo, al menos, considero una bendición haber visto vuestra película.