Un ratito sin distracciones, sólo para Dios.

En el Año de la Fe, se organizan por todo el mundo un número incalculable de actos, todos encaminados al mismo punto: estimular el despertar de la fe de los cristianos y del mundo, recordar que hemos sido creados, que hemos sido perdonados, que somos constantemente servidos por Dios, renovar el amor a la Iglesia y el deseo de alimentarnos con los Sacramentos, abrir nuestros ojos al amor de Dios… y que le demos gloria, como es de justicia. Las iniciativas son muchas… pero algunas destacan por encima de otras.

En concreto, lo que va a suceder este próximo Domingo, día 2 de Junio, en todo el mundo, durante una hora (desde las 17 a las 18 horas, de Roma), es muy grande, aunque su apariencia externa sea tan pequeña y sencilla. A esa hora, en templos de todo el orbe, millones de personas estaremos arrodillados ante nuestro redentor, Jesucristo, para agradecerle su amor a nosotros, para pedirle perdón por nuestra indiferencia y frialdad, para suplicar su misericordia sobre todas las personas sin excepción, para alabarle en unión con quienes ya lo hacen en el Cielo. Con la apariencia de gesto silencioso e inútil, tendrá lugar el acto más eficaz y sonoro que las pequeñas criaturas podemos dedicar a nuestro Creador y Señor: adorarle, como único que merece ser adorado.

«Donde hay dos personas reunidas en mi nombre, ahí estoy Yo en medio de ellos.» El Domingo seremos millones de fieles. ¿Cómo nos mira Dios cuando nos postramos ante Él? ¿Qué hay en su corazón cuando recibe nuestra alabanza? ¿De qué modo observa ese gesto tan pequeño, tan humilde y sencillo, de permanecer un rato frente a Él, con toda nuestra pequeñez al descubierto? No podemos llegar a asimilar cuánto nos ama Dios, pero con las pistas claras que Jesucristo nos ha dado, sí podemos conocer cuánto le agrada que le pongamos en el lugar que le corresponde: en el centro de nuestra mirada, en el centro de nuestra inteligencia y de nuestro corazón, en la prioridad de nuestro tiempo. Es el primer mandamiento: «Amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, sobre todo lo demás.» Y Dios nos lo pidió, no porque sea narcisista, sino porque de ese modo nuestra existencia se dignifica de un modo infinito. Dios no necesita nuestra adoración. Somos nosotros los necesitados de ponernos bajo su mirada llena de ternura. De ese amor que nos da y nos pide surge, de modo natural, el segundo mandamiento: si todos somos hijos de Dios, todos somos hermanos, todos hemos de amarnos, sin excepción ni límite, como nos ama Dios a cada uno. La adoración a Dios en familia, este domingo, día de Corpus Christi, reforzará el amor entre todos nosotros.

Gracias, Santo Padre, por unirnos a todos los seres humanos, ante la Eucaristía, durante ese ratito y siempre