Silencio sano, acción eficaz

frutales

 

Callarse la boca es, muchas veces, más sano que hablar. Más sano para uno mismo y para toda la sociedad. Y no me refiero a callarse insultos, mentiras, difamaciones, burlas… que por supuesto hemos de evitar siempre. Me refiero a que también hemos de aprender a callar verdades, irrefutables y comprobadas, verdades que podrían hacernos ganar puntos en popularidad… pero que hemos de callar, porque a veces resulta más perjudicial airear una verdad que silenciarla. En eso consiste, precisamente, la virtud de la “discreción”. Una persona discreta es aquella capaz de cerrar la boca… aunque podría abrirla y ganar puntos por hablar. Si se calla, no es por timidez ni por estrategia egoísta, sino por el beneficio de otros, por amor, por generosidad. La discreción nada tiene que ver con el secretismo, ni con la ignorancia, ni con la timidez, ni con el miedo. La discreción es virtud de personas fuertes, prudentes, sensatas, sabias, que encuentran el equilibrio sano entre lo que deben compartir con otros… y lo que han de silenciar, aunque sea verdad, para no contribuir a la histeria colectiva. Es virtud de líderes, de capitanes de equipo, de jefes de exploración, de padres y madres, de directivos de empresa… cuyas cabezas están centradas en aportar soluciones, en lugar de detenerse en las quejas. Hoy, cuando cualquier persona compite por tener más audiencia que los demás, esta actitud te puede hacer perder seguidores… popularidad… éxito. Pero… repito… hay un silencio sano, que es capaz, incluso, de curar heridas profundas.

Llega a nuestros oídos una noticia terrible. Alguien ha hecho algo malo. ¡Qué horror…! El susto es grande, la impresión es fuerte, la noticia nos golpea. Y sentimos un deseo espontáneo de contárselo a otro… “¿Sabes de qué me he enterado? Me han dicho que tal persona o tal grupo, ha hecho… o ha dicho… ¡esto!…” Y lo contamos. Nuestro receptor recibe la misma impresión… y también él o ella contribuye a incrementar el efecto devastador de la noticia, contándoselo a otros. En poco tiempo, quienes reciben la noticia sufren los efectos internos que las palabras provocan, pues no somos impermeables ni inertes, sino que las palabras nos afectan: de esa noticia surge el miedo, el odio, la tristeza, la vergüenza, los deseos de venganza, tantos sentimientos negativos… La bola crece y crece, logrando que el hecho tenga ahora un efecto negativo amplificado. Más miedo, más tristeza, más rencor… Ahora ya no afecta a las personas implicadas directamente en la tragedia… sino a muchos más. Y dependiendo de cómo se haya transmitido el hecho… nos afecta de un modo… o de otro. Creo que aquí está la clave, el punto de equilibrio: en cómo se cuentan las cosas. La clásica distinción entre describir una botella como “medio llena”… o “medio vacía”. La botella es la misma, ambos relatos son verdaderos… pero uno genera ansiedad inútil mientras que el otro despierta esperanza fértil.

La mayoría aplastante de las noticias, relatan hechos negativos. ¡Las noticias positivas son rarísimas, como si el amor hubiera desaparecido de la tierra, lo cual es falso!Alguien ha agredido a alguien”. La mala noticia nos llega completa, muy profesional: ahora ya conocemos los detalles de la agresión. Quién lo hizo, cómo lo hizo, a quién lo hizo, por qué lo hizo… ¡es terrible! La pelota queda en mi tejado… ¿qué voy a hacer ahora con esa noticia? Puedo recibirla, sufrirla, reflexionarla… y aportar mi insignificante puntito de luz, mediante una oración por las personas implicadas, mediante un deseo de corregir mis propios comportamientos agresivos o violentos, mediante un propósito de dar hoy un poco más de amor a quien tenga junto a mí, para tratar de compensar la balanza de esa acción terrible… puedo implicarme a escala infinitesimal en la búsqueda de una sociedad más amorosa y justa, más pacífica, más sana, más unida, más abierta… o puedo hacer que la pelota del odio y la tristeza aumente a través de mí. Es sencillo: basta con que comparta con otra persona lo que acabo de escuchar por la radio, con tintes dramáticos: “¿Sabes lo que acabo de escuchar?” También puedo publicarlo en mi blog, en Facebook, en Twitter… con la excusa perfecta de denunciar públicamente un hecho injusto… La sensación generalizada es de asco, de hastío, de pesimismo… y sentimos deseos de huir de una sociedad así, el peso del mal nos abruma, nos hunde…

¿Hablar… o callar? ¡Difícil dilema! Porque del silencio también pueden derivarse grandes males… pues hay veces en que la caridad y la justicia exigen que uno abra la boca y denuncie. ¡Ay, que tesitura! Provocado por esta duda, me he animado a proponer un pequeño test que sigo en mis propias decisiones, y que cada uno puede responder, antes de difundir una noticia negativa:

  • Pregunta 1. ¿Qué ha provocado en mí, hasta ahora, esa noticia? ¿Qué encuentro en mí en este momento? Porque… ese sentimiento que ahora encuentro en mí… es el mismo que voy a transmitir a los demás. Nadie da lo que no tiene.
  • Pregunta 2: ¿Qué me gustaría provocar con mis palabras, en las personas que me escuchen? ¿Una reacción negativa y estéril, una simple queja, denuncia o rabia que no resuelve nada? ¿O puedo intentar ser parte de la solución, previniendo formas para que ese hecho no vuelva a suceder?

     Denunciar sin querer implicarse en la solución, es aumentar el efecto negativo de los problemas. Como quien se acerca al enfermo y le dice: “¡Ay, pobre! ¡Qué tristeza! ¡Qué mal estás! Ay, ay, ay… uy, uy, uy… oh, la, la…!” Y el enfermo queda igual o peor que antes de cruzarse en nuestro camino.

Por amor hay que saber hablar… y por amor hay que saber callar. El G.P.S. de la caridad no falla. Sus indicaciones son directas y sencillas: “habla ahora y aporta un poco de luz”… “ahora calla, porque con tus palabras vas a hacer que el problema parezca mayor de como es”.

Lo vemos en la política, en el deporte, entre los compañeros, en las familias: líderes que centran el eje de sus arengas en criticar, en quejarse, en acusar a los culpables, en señalar los problemas que ya conocemos todos… y así ganan adeptos, entre quienes comparten la misma visión negativa de las cosas, sin estar dispuestos a arrimar el hombro para aportar soluciones concretas y realistas. Es imposible no estar de acuerdo con ellos… porque se limitan a describir los problemas, confiando en que de la queja o del cabreo surjan las soluciones, sin esfuerzo. Si delegas en ellos la solución… garantizas que el problema crecerá en sus manos.

Tal vez la mejor pauta sea… hablemos menos y hagamos más. Mientras escribo esto, en los comienzos del verano, descubro junto a mí los brotes verdes de uva, de naranja, de granada… han surgido en silencio. Ninguna planta hace ruido… y, sin embargo… ahí están los resultados.