Al mal tiempo, buena cara

    Los analistas del cambio climático coinciden: la cosa está que arde. Si hasta ahora podíamos vivir refugiados en un micro-clima confortable, a medias entre el frío y el calor… la situación actual nos regala un escenario nuevo, más propio de territorio de aventura que de salón confortable: se acabó el tiempo de la tibieza, en toda la geografía mundial. ¡Magnífica noticia! Al llegar a este punto, cada uno de nosotros va a verse forzado, sin escapatoria, a tener que decidir: ¿arder o enfriarme? ¿Qué elijo? ¿Acepto y expongo abiertamente mi condición de cristiano, esforzándome para ser coherente sin fisuras, con todas las consecuencias… o me auto-excluyo discretamente, quedándome fuera de la Iglesia y observando la realidad desde la distancia, para no meterme en complicaciones innecesarias? Así son estos nuevos tiempos. ¡Hemos de decidir! ¡Viva el cambio climático!    Durante mucho tiempo, hemos podido ser cristianos tibios. Ha sido fácil. Podíamos afirmar que creíamos en Dios… a la vez que vivíamos nuestra fe en secreto, camuflados, sin que nadie lo notara en nuestro trabajo, en nuestro vecindario, incluso entre nuestros amigos. Podíamos creer en Dios… pero no amar a Dios lo suficiente como para ir de la mano con Él a todas partes. A algunas partes sí… pero a otras no. Y así salvábamos las apariencias, al menos ante los demás, que no podían ser testigos de nuestra piedad, al no existir tal piedad. Cristianos a ratos, en función de con quién nos encontráramos. Podíamos ser cristianos sin casarnos con Jesús, pactando zonas de convivencia mutua y zonas de exclusión. El Domingo, durante la misa, amigos de Jesús, acudiendo a la cita por compromiso. Y al salir… podíamos decirle: “espérame aquí, porque fuera del templo no tengo tiempo para ti, no eres bien recibido. Vendré a verte dentro de una semana. O a lo mejor esta misma noche, en secreto, en mi dormitorio, donde nadie nos vea juntos. Disculpa que te abandone, pero es que si me acompañas a plena luz del día, podría tener problemas. Nadie ha de vernos juntos, ¿verdad que a ti no te importa quedarte fuera un rato? Tú sabes que soy de los tuyos, ¿verdad? ¡Ciao!” El cambio climático plantea un entorno diferente. Ese pacto intermitente con Jesús no va a ser posible, porque las circunstancias nos van a obligar a definirnos con claridad, sin disimulo, ante todos. De hecho, ya sucede. Si aún no nos ha tocado superar ese examen individual, no falta mucho para que también nosotros seamos interrogados, de modo directo y claro: “Tú… ¿eres discípulo de Jesús… y como tal deseas darle a conocer… sí o no?” Si lo somos… nos espera el mismo trato que a Él: recibiremos el amor y la ternura de muchos, pero también burlas, desprecio, insultos, golpes, traiciones, etc… Si, como Pedro, decimos que le conocemos pero que en realidad no somos íntimos amigos de Jesús, entonces seguiremos viviendo tranquilos por fuera, aunque con una tristeza grande en el corazón, por haber traicionado a nuestro amigo, cuya amistad por nosotros es incondicional y eterna. Este cambio climático exige que nos identifiquemos, sin arrogancia, sin avasallar, sin pretender imponernos a nadie, con la espada envainada, pero con claridad total, sin avergonzarnos de nuestro amado. En estas horas cruciales, el mismo Jesús nos pregunta directamente, mirando a nuestros ojos. Espera una respuesta concreta, sin vaguedades: “¿También tú quieres abandonarme?”

Salimos a divertirnos, con nuestros amigos. Alguien va a sugerir un plan concreto, que está de moda y que contiene todos los ingredientes para dañar nuestra alma y la de otras personas. Y nos van a preguntar: “¿Vienes con nosotros?” Jesús espera atento nuestra respuesta, a esa pregunta directa, concreta, sencilla. “¿Vas con ellos… dejándome fuera de ese plan… o te quedas conmigo?”

Enciendes la TV. Ahí está ese programa en el que unos humillan a otros; esa película que incita a la violencia y a la venganza; esa serie en la que obedecer a los padres o ser fiel en el matrimonio es motivo de mofa; ese anuncio que vende egoísmo disfrazado de alegría; esos políticos y presentadores que fomentan con su lengua la división y el odio; esa exaltación de la apariencia externa, del reconocimiento social, de la inteligencia orgullosa… el escaparate de una sociedad que rinde culto a la comodidad y al triunfo y que, por ello, no soporta a los débiles, a los enfermos, a los pobres, a los torpes, a los pequeños, a los sucios… Y de nuevo, la pregunta directa de Jesús: “¿te quedas viendo la TV, o hacemos algo mejor, juntos?”

En una conversación, a la salida del colegio de tus hijos, con otros padres. Un padre critica a otro padre. Una madre echa más leña al fuego. Los comentarios pasan de ser sutiles indirectas, a críticas duras, murmuraciones envenenadas, a espaldas del ausente, que ni se imagina los piropos que le están dedicando sus compañeros. Y Jesús se hace presente en esa conversación espontánea, con la pregunta incómoda: “¿Te sumas a este circo… o eres de los míos?”

Durante una reunión de trabajo, con nuestros compañeros de oficina, alguien va a proponer una iniciativa injusta, inmoral, que perjudica a personas concretas, provocándoles un daño real, garantizado. A la mayoría les parece bien proceder de ese modo… con la excusa de “todo el mundo lo hace”, pero el círculo se va a cerrar y van a preguntarnos en concreto a nosotros, nuestros compañeros y, a través de su boca, el mismo Jesús: “¿a ti qué te parece?, ¿lo hacemos?”

Estamos de enhorabuena. Cada día va a resultar más fácil testimoniar la belleza de nuestra vida cristiana. Porque las situaciones concretas en las que vamos a tener que declarar de palabra y con obras que somos amigos de Jesús, van a ser constantes, en cualquier entorno. En casa, en la calle, en la oficina, al encender el teléfono o la computadora, en el coche, en el tren y en el avión, en todas partes y a todas horas. Para vivir con coherencia nuestro amor, en este tiempo de examen, hemos de pedir ayuda al Cielo. Porque la tentación de la cobardía va a estar presente, con fuerza. Nos van a temblar las piernas, como a los primeros cristianos. Pero con la gracia de Dios, vamos a vencer. Si somos fieles en lo pequeño, tenemos opciones de ser fieles el día de la gran prueba, que surgirá pronto, por sorpresa, en nuestro entorno cotidiano, en cualquier momento. Ante la mirada de otros, Jesús va a preguntarnos directa y dulcemente: “¿Quién soy yo para ti?¿También tú quieres abandonarme?¿Te avergüenzas de mí? ¿Me amas? ¿Eres mi amigo?”