No sé qué regalar…

Es una duda que todos hemos tenido alguna vez, pensando en alguien a quien queremos complacer. Empezamos a considerar posibles cosas, como regalo: juguetes, adornos, ropa, dinero, aparatos, viajes… Cuesta mucho sorprender, ser originales, acertar con el regalo mejor, dentro de nuestras posibilidades económicas y de los gustos del destinatario. Y nos estrujamos el cerebro… hasta que descubrimos la opción más original y exclusiva de todas, al alcance de cualquiera: ¿y si me regalo yo mismo? Porque, en verdad, ¡eso somos!, ¡un regalo!

Cada uno de nosotros, sin excepción, somos un regalo único, sorprendente, exclusivo, irrepetible y valioso. Un regalo que podemos entregar a muchas personas. En primer lugar, a nosotros mismos. ¡No es un pensamiento egoísta! Soy un regalo para mí mismo, de parte de Dios. Todo lo que soy, lo que tengo, lo que puedo… me ha sido dado, nada lo he adquirido yo. Nada. ¡Gracias! Ciego está quien piense que no le debe a Dios sus logros, su trabajo, su dinero, su familia, sus amigos, su experiencia… Abramos los ojos, hagamos memoria. De Dios recibimos el aliento de vida, cada una de nuestras células, todas las capacidades. De Dios recibimos nuestros días, el tiempo que pasamos en la tierra. No fui yo quien adquirió la capacidad de amar, de imaginar, de decidir, de caminar, de sonreír… Todo me fue regalado. Si soy justo, tengo la obligación del agradecimiento… y de la generosidad. Si soy justo, he de ser un regalo para los demás. He de entregarme plenamente a quien tenga delante, a quien Dios ponga en mi vida por un rato, por unos días, por unos años o por toda mi vida. Soy el mejor regalo que puedo dar a nadie: me entrego al completo, en justicia. Y me presento agradable por fuera y por dentro… tratando de convertirme en un mejor regalo.

Si en el proceso de preparación del regalo que soy descubro mis defectos, mis limitaciones… no he de angustiarme ni soñar con una calidad superior que no poseo. Porque soy… como soy. Ahora, en este momento, soy este regalo. Nada más, nada menos. No me comparo con otros regalos ni con la idea imaginada de cómo podría ser yo, ni pienso en cómo fui. Así, tal cual soy… me regalo hoy. Y sé que a Dios… hoy y siempre… le gusto, me mira como un papá bueno mira a su hijo, se le cae la baba por mí… hoy, ahora, ya. No me ama por cómo fui ni por cómo podría ser. No me ama en caso de que cambie y mejore. Sino que me ama hoy, ahora, tal cual soy en este instante. Y es su amor lo que con el tiempo, a su ritmo, me embellece, me mejora,  me viste, adorna y me hace agradable a otros, siempre que yo le dé permiso para actuar en mí. Primero me acepto como soy… me siento mirado con amor por mi Creador… y tal cual me entrego a otros, sin excepciones, a quien mi Padre quiera regalarme hoy, a quien Él ponga en mi camino, hoy. Mi esposa, mis hijas, mis padres y hermanos, mis vecinos, mis compañeros, el de la tienda, el de la calle, el que me escribe, el que me llama, el que me regaña, el que no piensa ni vive como yo, aquel a quien ofendí, aquel que me ofendió… a todos me regalo, hoy.

Al vernos como regalo de Dios para nosotros y para los demás, descubrimos que también los demás son un regalo para mí. ¡Todos, hoy, ahora! Y no espero de ellos un regalo imaginado… no demando de ellos un regalo que no son… sino que los acepto, miro y amo como Dios los acepta, mira y ama hoy. «Hoy» es una palabra importante en el amor. ¡Qué grande, qué hermoso es afirmar «hoy te amo como eres hoy»! ¡Qué gran acto de justicia, que nos iguala a todos en la misma condición: regalos de Dios! Si Dios nos ama como somos, hoy… ¿qué derecho tenemos a amar solamente a los que consideramos mejores, o a esperar a que cambien? Hoy, ahora, a quien tenga presente en mi vida.

Ahora recuerdo a una persona que conocí hace unas semanas, y que me tradujo el significado de su propio nombre…  Pensé que todos nosotros podríamos y deberíamos llamarnos así: «Doroteo», «Teodoro»… que significa «regalo de Dios.»