¡Ay, la Iglesia! Somos noticia…

Ay, ay, ay… ¿por dónde empezar…? Abrimos la prensa… y si somos noticia… la cosa pinta fea. Cuando no son abusos sexuales, se trata de codicia, respaldo a grupos terroristas, maniobras políticas, doctrinas falsas predicadas por quienes debían ser fieles al Evangelio… Uff… Somos buenos haciendo el mal. Se nos da bien la soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza… Nuestro expediente de pecado es amplio y está a la vista de todos, sin que podamos disimularlo. Ay… la Iglesia, ay.

Todos nuestros problemas comenzaron el día en que Jesús salió a buscar a sus primeros discípulos. Si hubiera realizado un proceso de selección de personal con criterios sensatos… todo habría sido diferente, con mejor aspecto, al menos. Pero no… Sin prudencia alguna, Jesús se lanzó a los caminos, dispuesto a llamar a doce personas a quienes iba a enseñar su doctrina para que, esas mismas personas, dieran continuidad a sus enseñanzas y a su ministerio, por todo el mundo… ¡Ese grupo inicial de discípulos tenía suma importancia! Y el caso es que Jesús tuvo la oportunidad de afinar mejor la puntería, cuando uno de aquellos primeros invitados le respondió: “aléjate de mí, porque soy un pecador.” La advertencia estaba clarísima. Ese tipo no era de fiar y lo manifestó claramente, sin disimulo. Si uno se autodefine en una primera entrevista de trabajo como “pecador”… parece aconsejable corregir el tiro y decirle: “bueno, tranquilo, no pasa nada… voy a por otro… disculpa, me he equivocado contigo, porque pensaba que tú podías ser de los buenos. Hasta luego.” Jesús tuvo esa opción con Pedro… pero no la aprovechó. Al contrario, le confirmó en la invitación: “No temas.

Y todo hace sospechar que siguió invitando a otros, con ese mismo criterio… es decir, sin criterio alguno. A quien se ponga por delante, sin examen previo. “Ven y sígueme”. Como si a Jesús no le importase en absoluto el “pedigree” moral de cada uno… ¡incluso se diría que escoge a los menos indicados! ¿Será posible? O, mejor dicho… ¿será verdadero Dios?

Un día, una prostituta se acercó a Jesús y le lavó los pies con sus lágrimas y con el perfume de lujo que seguramente había adquirido con el dinero obtenido con su pecado. Después le enjuagó con sus cabellos… y un observador perspicaz, murmuró: “si éste fuera Dios… sabría quién es ésa”. Con otras palabras, que me permito inventar: “si éste fuera Dios, aceptaría a los buenos, pero rechazaría a los malos. Si éste fuera Dios, a mí me aceptaría, porque yo soy de los buenos. Pero a esa mujer… a esa mujer no. Porque su compañía puede estropearle su prestigio, entre otras cosas. No… Ése no es Dios. Y si sigue rodeándose de gente pecadora… nadie reconocerá en semejante grupo la presencia de Dios.”

Así seguimos razonando hoy, cuando nos escandalizamos de que en el seno de la Iglesia haya pecadores, incluso desempeñando tareas relevantes. ¿Un obispo pecador? No, qué escándalo. Habría que expulsarle de esta familia. ¿El fundador de una comunidad religiosa, pecador? Ni hablar, fuera, fuera… borremos su memoria. ¿Un Cardenal que enseñe una falsa doctrina? Nos estropea la foto de grupo, el día del cónclave… ¿Un director espiritual que abuse de su condición de guía de almas y se convierta en un “dictador espiritual”? Imposible. Qué vergüenza… ¿Alumnos pecadores, en nuestro colegio católico? Expulsémosles y nos libramos del problema. ¡No queremos pecadores dentro de la Iglesia!

Pero la experiencia, día a día, año a año, siglo a siglo, es la misma: Dios sigue casándose con los pecadores, no se aparta de nosotros ni un milímetro, se pone a nuestro servicio, se arrastra junto a nosotros, nos persigue, nos llama a su lado… ¡¡¡NO PODEMOS LIBRARNOS DE SU AMOR, POR MUCHO QUE PEQUEMOS!!! Ay, Jesús… ¡qué mal lo haces! ¡Qué bien te habría ido si te hubieras quedado en tu palacio celestial, alejado de nosotros… cuántos disgustos te habrías ahorrado! ¿Por qué no cambias tus criterios de selección y, a partir de ahora, solamente llamas a los buenos, a los inmaculados, a los leales, a los perfectos? Conozco gente así… te los puedo presentar… Son intachables, se les mire por donde se les mire. Quédate con ésos… Saldrás ganando Tú y tu Iglesia, que dejará de ser noticia por sus pecados y solamente se hablará de sus virtudes. Los integrantes de la Iglesia serán menos en número… pero estarán más tranquilos y podrán dar lecciones a los demás, encaramados en su perfección. Tendrán motivos para ser “auto-referenciales”, como dice el Papa Francisco. Quédate con ellos y… a los pecadores… recházanos de una vez para siempre. Adelanta el juicio final y quédate desde ahora, solamente, con los puros.

¿Qué falla en este modo de pensar? Tan sólo un pequeño detalle: no encaja con la mirada de Jesús, que contempla con especial amor a los más heridos, los más débiles, los más apaleados. Y no existe mayor apaleamiento que estar sometido a la esclavitud del pecado. Es como si en el corazón de Dios, hubiera un sensor que detectase, en primer lugar, a los más pecadores… ¡para acercarse más a ellos, no para rechazarlos! No es un buen plan, si pretendes cuidar tu imagen pública, tu prestigio social. Pero es el plan perfecto, si tu único objetivo es amar, servir, darte. Y Dios es amor, es servicio, es donación. No puede ir contra su esencia: amor incondicional. Especialmente, a los más necesitados. “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”.

Por tanto… cuando veamos el pecado -no teórico, sino concreto, encarnado en cualquiera de nosotros, incluso en sacerdotes, religiosos, obispos, cardenales o en el mismo Papa- no nos escandalicemos con tanta facilidad. Porque es una demostración patente de que Cristo persevera en su “business plan”. Celebremos que su amor es realmente universal, que no actúa con criterios de “buena imagen corporativa”, sino que busca y llama a todos, sin cansarse, hasta el último aliento. “No temas”, le dijo a Pedro. “No temo”, ha de ser la respuesta de cada uno de nosotros, al detectar nuestro pecado. “No temo, porque ahora Tú estás conmigo. Y ya no me importa lo que vean en mí “los buenos”, los fariseos que continúan apartándose de “los malos”. Ahora te tengo a ti y ésa es la compañía que necesito. Te traeré mis lágrimas, mi arrepentimiento, mi dolor… será lo único que pueda ofrecerte, con mi firma. Como soy tan bueno haciendo el mal, te suplico que te cases conmigo y me eleves hasta el Cielo, por tus méritos, por tu amor, por tu fuerza. Sin Ti… no puedo nada, salvo pecar. Contigo, lo puedo todo. Gracias por llamarnos a todos, sin criterios sensatos de selección de personal. Continúa con la fiesta de nuestro rescate. Y, como ya tengo sobrada experiencia en caer y en ser levantado, puedes utilizarme para animar a otros. Pon en mi camino a los más pecadores y sírvete de mi debilidad para levantarles. Gracias.”

Juan Manuel Cotelo