¿Por qué no escribes más?

Me lo ha preguntado un sacerdote, hace unos días, por la calle. Y le he dicho la verdad: si de mí dependiera, no haría otra cosa que no fuera escribir, comunicar a gritos lo que llevo dentro y tengo frenado por… mil razones. Me siento como un volcán que desea entrar en erupción pero no logra encontrar el momento adecuado para hacerlo, ni saca toda la fuerza con que desearía explotar. Me falta tiempo o no acierto a administrar el que tengo para lograr escribir más o, mejor dicho, menos. Porque todo lo que me gustaría escribir se resume en muy pocas palabras y, si escribo demasiado, tengo la impresión de irme por las ramas o de escribir sobre asuntos que carecen de importancia verdadera. ¿Intento escribir ahora? Allá voy… Es una sola idea. Bien sencilla.

Todo se resume en esto: apostar por Dios es la única opción posible. Cualquier otra decisión, es equivocada. El error puede ser por ignorancia o con conocimiento, pero en cualquier caso, es un error. No pido perdón por decirlo tan claro ni con tanta convicción. En una cultura que proclama como dogma algo tan absurdo como que no existe la verdad, que cualquier opción es válida siempre que no salpique, quisiera gritar a todos, con fuerza y con infinito amor, esta verdad que no es sustituible con mil mentiras. Emplear la libertad recibida de Dios para elegir algo que no sea a Dios, es tirar a la basura el don de la libertad, el don de la vida, el don de cada instante de tiempo que hemos recibido. Nada es más urgente ni más importante que elegir a Dios. Él ya nos ha elegido a nosotros y su elección es irrevocable. Nos toca ahora elegir a nosotros, aceptando o rechazando el amor gratuito e inmerecido de Dios. Elijamos a Dios.

Ahora podría escribir sobre esto mismo durante un rato o durante toda la vida, en prosa o en verso, con música o en morse, con una película o un discurso, en un blog o en una enciclopedia ilustrada… lo importante no es escribir o hablar mucho, sino centrar el tiro en la diana. Y la diana única que importa para cualquier persona es ésta, sólo ésta: ¿con Dios o sin Dios? ¿Qué elijo? ¿Sus normas o las mías? No es una cuestión teórica sino cien por cien práctica, con consecuencias que tienen repercusión inmediata y eterna. ¿Qué elijo para mi vida, hoy, ahora, ya? ¿Con Dios o a solas? Sin Dios, el disparo de la propia vida va a la nada después de un rato en «el algo», va al absurdo, al vacío, al desgaste, a la muerte eterna, al suicidio. Sí, al suicidio. Un suicidio que muchos testigos aplaudirán, con tal de no reconocer que la opción de «sin Dios» es equivocada. «Elijo vivir sin Dios, me basto yo solo, no necesito a nadie que me diga lo que debo hacer, mi voluntad manda». Es una apuesta personal arriesgada y equivocada. Porque sí hay Dios, es bueno y cercano, nos ha creado y hemos nacido para vivir según el manual de instrucciones que Él ha diseñado para nosotros, y que no podemos modificar sin pagar las consecuencias. Podría decirlo suavemente, edulcorado o disfrazado… pero ningún eufemismo ni rodeo lograría evitar la tremenda verdad. Sin Dios, elijo el suicidio eterno, lento, desde hoy. ¿Tal vez la misericordia infinita de Dios pueda evitar mi descalabro voluntario? Quiero pensar que sí, que Dios no se cansa jamás de invitarnos amablemente a aceptarle, que lo hace de mil maneras, que nos persigue hasta el último aliento y trata de conquistarnos, perdonándonos hasta lo imperdonable… pero sospecho que Dios no obliga a nadie a elegirle, que nos ha creado libres para amarle o rechazarle y va a respetar nuestras decisiones… incluida la de prescindir de Él eternamente. Los afortunados ignorantes, los que puedan esgrimir en su defensa «es que no lo sabía», «es que me dijeron lo contrario», «es que tuve una mala experiencia con alguien que predicaba a Dios», «es que nunca sentí la necesidad de Dios», celebrarán una fiesta, si Dios les excusa por cualquier atenuante válido a sus ojos sabios y tiernos. Los que llenen su mochila de pecados, incluso los más horrendos, también gozarán de la fiesta de la Misericordia si en su corazón aflora mínimamente el deseo de no haber pecado, un sencillo pensamiento de humildad. Pero quien elije voluntariamente el rechazo a Dios y a sus normas amorosas, conscientemente, hace una apuesta muy fuerte. Uff… es como para pensárselo antes de tomar esa decisión. Puedes equivocarte en mil decisiones, sin consecuencias eternas. Pero equivocarte en esa decisión concreta… es serio. Elijamos a Dios. Nos va la vida en ello, no es un asunto intelectual, cultural, ideológico, ni de grupo.

La elección personal de Dios como centro de la mirada, como autoridad amorosa que respetar, como criterio orientador de las demás decisiones menores, es garantía de éxito, en cualquier circunstancia. Confiando en nuestro diseñador, en las instrucciones de uso que nos ha dado, alcanzamos nuestro fin, aunque tengamos que avanzar a veces sin comprenderle del todo. Acatando sus sencillas pautas, acertamos. Porque Él sabe más sobre el ser humano, que cualquiera de nosotros, por muy listos que seamos. No podemos inventarnos a nosotros mismos, darnos nuevas normas, sin sufrir las consecuencias. La prueba está ante nuestros ojos, no es necesario imaginarla. El retrato de un mundo sin Dios, de una vida individual sin Dios, está ante nuestros ojos. ¿A alguien le parece atractivo? Con Dios aciertas en la pobreza y en la riqueza, en la salud y en la enfermedad, en la infancia, juventud o vejez, soltero o casado, con trabajo o en el paro, siendo listo o tonto, gordo o flaco, hombre o mujer, en la ciudad, en el desierto o en la selva. Con Dios acertamos en la vida, en toda la vida, hayamos hecho lo que hayamos hecho hasta ahora… y hagamos lo que hagamos a partir de ahora. Porque siempre podemos volver a Dios. Nunca es demasiado tarde, ni demasiado pronto, para volver a Dios. Elijamos a Dios, una y mil veces. Elijamos a Dios, que jamás nos rechaza, que conoce con quién se ha casado y no se asusta de nuestra inconstancia ni de nuestros pecados.

Sin Dios, no sabes hacia qué rumbo vas y, por eso, buscas la felicidad en cualquier reclamo que se mueva ante ti con apariencia de remedio instantáneo. Apuestas todas tus energías en trabajos o entretenimientos que te van vaciando, y lo sabes. Algo te falta. Las piezas no terminan de encajar en tu vida. Ahora pruebas esto, ahora lo otro, te vuelves a equivocar, sigues experimentando como quien compra décimos de lotería sin criterio alguno… ¿no hay modo de saber cuál es la diana correcta, dónde está el premio gordo? Sí, sí hay modo de saberlo. Dios mismo se ha hecho hombre y ha hablado y actuado para que lo tengamos claro. Y no se ha hecho hombre «especial», ha hablado a unos intelectuales sabios y luego se ha ido para no volver, sino que se ha quedado entre nosotros, accesible a cualquiera, amigo de pecadores, hablando con lenguaje sencillo y directo, apto para todos los públicos. Sólo la ceguera, voluntaria o involuntaria, puede evitar seguir el camino correcto. «Yo soy el camino, la verdad y la vida.» Más claro, imposible. Amar a Cristo y amar a los demás según la medida exigente de Cristo, es la única opción correcta. Perdonar y pedir perdón. Siempre y a todos. Ser misericordiosos. Hacerse pequeños y serviciales, sin sacar pecho. Confiar en la voluntad de Dios Padre, incluso sin comprenderla, cuando llegue el sufrimiento. Etcétera… todo está dicho, vivido y escrito. Tratar de atajar por cualquier otro camino, en busca de la propia felicidad o eficacia, es una decisión agotadora, torpe y fatal. ¡Seamos sinceros con nosotros mismos, la receta de vivir sin Dios no funciona! Escojamos ya, de una vez y para siempre, la compañía de Cristo, por el camino que conduce a Dios Padre, a nuestro padre, nuestro creador. Seguir dudando o caminar sin ganas, sin poner el corazón, a ritmo de creyente perezoso, o de ateo voluntario y seguro de sí mismo, es injusto. Porque Dios ya ha apostado por nosotros, tiene prisa y quiere darnos todos sus dones, ya. Sólo le frena nuestra falta de decisión. ¿A qué esperamos para elegir a Dios y salir ganando? Él jamás va a obligarnos a elegirle. ¿Por qué seguimos empeñados en caminar a solas, o en reinventar a Dios y al ser humano según nuestra apetencia? Si lo tenemos tan fácil… si el camino está tan claro…

Podemos conocer la voluntad de Dios, podemos hablar y escuchar a Dios, podemos seguir el camino correcto. ¡Podemos! No es una quimera ni una suerte destinada a algunos afortunados místicos. Podemos todos, ya. Tenemos la Palabra de Dios, escrita y publicada, no para intelectuales ni eruditos, sino que es viva y eficaz para quien la lea, penetrante en el corazón como una espada de doble filo. Un GPS infalible para orientar el rumbo de nuestras decisiones concretas, hoy. ¡Pero no la leemos, la despreciamos o la dejamos aparcada en la estantería, como si fuera un libro más de Historia, para coleccionar! Tenemos los Sacramentos, que son canales para recibir la ayuda directa e individual de Dios para cualquiera. ¡Pero no los recibimos porque se nos ocurre un plan más divertido o urgente que bautizarnos, confesarnos, ir a misa, comulgar..! Tenemos ángeles con los que hablar, santos a los que acudir… pero preferimos ver la tele y dejar el cerebro inactivo. Y tenemos, sobre todo y siempre, en cualquier circunstancia, linea directa con Dios mismo, que no necesita de protocolos para atendernos cuando le abrimos el corazón en la intimidad. Tenemos a Cristo, vivo y activo, en la Eucaristía, pero preferimos la conversación y escucha de cualquiera que haya escrito un libro. Tenemos al Espíritu Santo, DENTRO de nosotros mismos, si no le expulsamos o le ignoramos con nuestra arrogancia. Tenemos a los sacerdotes, en quienes Cristo actúa a pesar de su fragilidad humana, evidente. Tenemos la poderosa compañía e intercesión de nuestra propia Madre del Cielo, María, que nos conduce a su Hijo y al Padre con la suavidad y ternura de una madre buena. No nos falta nada para ser santos. No tenemos excusa para no llegar a nuestro destino. Podemos ser eternamente felices y empezar a disfrutar de ese gozo, hoy, ahora, aquí, haciendo de este mundo un lugar más humano, es decir, más divino. La elección está clara, si tenemos la humildad suficiente para dejarnos querer y ayudar por Dios mismo, por el gran enamorado. Elijamos a Dios, no hay tiempo que perder. Es la opción, no hay otra. Qué duros somos… aún nos lo pensamos. Elijamos a Dios. Ya. No estamos solos. Elijamos a Dios. Nos va la vida en ello. Elijamos a Dios. Rechazarle sale caro. Escogerle es gratis.

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